Muchos padres se sorprenden al saber cómo sus propias historias impactan las interacciones diarias con sus hijos. No se trata de culpar, se trata de la ciencia del cerebro.

Las experiencias traumáticas, ya sea de la infancia o de la edad adulta, pueden reducir su «ventana de tolerancia». Esta es su zona de confort emocional, el lugar donde puede manejar los altibajos de la vida con flexibilidad. Cuando esa ventana se estrecha, el estrés cotidiano (como un jugo derramado o peleas entre hermanos) se siente como una emergencia.

Es posible que se vea empujado a la «lucha o huida» (gritos, ansiedad) o a la «parálisis» (desconectarse, entumecerse). Su hijo no ve su pasado; solo experimenta su reacción en el presente. Con el tiempo, esto puede crear ciclos de inseguridad y confianza rota.